El arte de asombrarse (y por qué es la clave de la felicidad)
- Sol Aguinaga
- 6 jun
- 4 Min. de lectura

En las mañanas, cuando saco a Leila, me encanta observarla dar la bienvenida al día.
Al dar unos pasos fuera, se para en guardia, la cola bien alargada, sacudiendo ligeramente la punta. Alza el hocico y olfatea con gusto. Luego, como sonriendo, se pone a ladrar fuertísimo.
¡Aquí estoy! ¡Ya llegué! ¡Ya amaneció!
Yo no sé qué huela, si es que huele algo. Yo no sé qué grita, si grita algo. Pero me gusta imaginar que festeja así, la vida, un nuevo día, el haberse despertado otra vez.
A lo largo del tiempo, y cuando tengo la oportunidad, estoy aprendiendo a imitarla. Desafortunadamente mi olfato no es tan bueno, y no sería muy bueno ponerme a gritar.
Lo que sí hago es inhalar profundamente (hola, aire fresco y frío), desperezarme con las manos bien abiertas y hacia el cielo, y abrir los ojos (mi equivalente a su olfato).
Busco, entonces, esas cosas hermosas que están en todos lados. A veces salta un pajarito por ahí, otras veces algún vecino acaba de colocar flores hermosas enfrente. A veces pasa una pareja de amigos riendo, otras veces es sólo una persona camino al trabajo con un lunch bien equipado balanceándose a su lado (me encanta imaginar el cuidado con el que lo preparó para su yo del futuro).
La belleza está ahí, sólo hace falta permitirnos recibirla.

¿Y si empezáramos a medir el éxito, no por lo que ganamos, sino por cuánto logramos asombrarnos?
¿Cuándo fue la última vez que realmente miraste a tu alrededor?
El viento moviendo las hojas de los árboles. Una flor caída en la banqueta, como puesta ahí por accidente. El trino de los pájaros al amanecer.
Pasamos los días tan enfocados en metas, productividad y resultados, que a veces olvidamos para qué estamos haciendo todo eso.
¿De qué sirve llegar lejos, si no podemos detenernos a ver lo hermoso que hay en el camino?
Un Ritual del asombro
Margarita Tarragona nos cuenta de un estudio realizado por Keltner & Haidt (2010), quienes propusieron que el asombro surge ante experiencias que nos enfrentan con algo vasto, y que este encuentro nos exige “recolocarnos” internamente. Es decir, lo que percibimos no cabe en nuestras estructuras mentales y nos obliga a expandirlas, a veces incluso con una sensación de revelación o renacimiento.
La Vanguardia lo dice de forma simple: el asombro es la experiencia de estar frente a algo que trasciende nuestra comprensión del mundo. Y cuando dejamos de maravillarnos, la vida pierde su brillo, se vuelve uniforme, como una canción repetida sin emoción.
Y cuando dejamos de maravillarnos, la vida pierde su brillo, se vuelve uniforme, monótona, como una canción gastada.
David Pollay, por su parte, hablaba del “ritual del asombro”:
Abrir cada mañana la cortina, mirar por la ventana, y dejarse sorprender por lo que ve.
Para él, esa pausa sirve para recordar que el mundo es más grande que sus problemas.
“Cada vez que miro por la ventana, me doy cuenta de que el universo no gira en torno a mí, sino que me incluye”, decía.

Vamos a los datos...
Estudios recientes han encontrado que la capacidad de maravillarnos —ya sea ante un paisaje, una obra de arte o la risa de un niño— se asocia con mayores niveles de gratitud, bienestar psicológico y sentido de propósito.
Por ejemplo, Stellar et al. (2017) describen las emociones auto-trascendentes, como la compasión, la gratitud y el asombro, que ayudan a los individuos a enfrentar diversos problemas sociales al vivir en grupos. Estas emociones fomentan relaciones sociales saludables, uniendo a las personas a través de la prosocialidad.
Además, Piff et al. (2015) encontraron que el asombro puede resultar en una disminución del enfoque en uno mismo y sus preocupaciones, y aumentar el comportamiento prosocial.
Estos hallazgos sugieren que cultivar momentos de asombro en nuestra vida diaria puede tener beneficios significativos para nuestro bienestar emocional y nuestras relaciones sociales.
Tal vez por eso me esfuerzo en aprender de Leila. Ella no espera grandes monumentos para emocionarse. Le basta el aire fresco, los olores y la presencia de quienes la amamos. Y cada día, cuando la miro celebrar así la vida, me dan ganas de hacer lo mismo.
Y tú, ¿cómo ladras al amanecer? ¿Ya lo hiciste hoy?
Lee más sobre esto...
Keltner, D., & Haidt, J. (2010). Approaching awe, a moral, spiritual, and aesthetic emotion. Cognition and Emotion, 17(2), 297–314. https://doi.org/10.1080/02699930302297
Piff, P. K., Dietze, P., Feinberg, M., Stancato, D. M., & Keltner, D. (2015). Awe, the small self, and prosocial behavior. Journal of Personality and Social Psychology, 108(6), 883–899. https://doi.org/10.1037/pspi0000018
Pollay, D. J. (2007). A Daily Dose of Awe and Gratitude. Positive Psychology News.
Stellar, J. E., Gordon, A. M., Piff, P. K., Cordaro, D., Anderson, C. L., Bai, Y., Maruskin, L. A., & Keltner, D. (2017). Self-transcendent emotions and their social functions: Compassion, gratitude, and awe bind us to others through prosociality. Emotion Review, 9(3), 200–207. https://doi.org/10.1177/1754073916684557
Tarragona, M. (2025). ¿Por qué la capacidad de asombro es tan beneficiosa (y cómo recuperarla)? CuerpoMente. https://www.cuerpomente.com/psicologia/porque-capacidad-asombro-es-beneficiosa-como-recuperarla_6492
La Vanguardia. (2021). ¿Por qué entrenar tu capacidad de asombro para ser más feliz? Recuperado de: https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20210404/6603898/asombro-ser-feliz.html
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